martes, 22 de noviembre de 2011

¿CUAL ES NUESTRA VISION SOBRE LA CUESTION SOCIAL?


En Chile, las nuevas posibilidades de crecimiento económico, en las últimas décadas del siglo XIX, produjeron una constante migración del campo a la ciudad. Esta concentración de población en las ciudades transformó la fisonomía demográfica del país y fue el inicio de un constante proceso de urbanización.
Es indudable que la pobreza y las desigualdades sociales no surgieron en el país en la década de 1880, como tampoco han desaparecido en la moderna realidad del Chile actual. No obstante, ya desde finales de siglo XIX muchos elementos se conjugaron para transformar los problemas sociales en una cuestión social , como son, un contexto económico capitalista plenamente consolidado, marcado por una incipiente industrialización y un proceso de urbanización descontrolado que agravaron las malas condiciones de vida del trabajador urbano ; una clase dirigente ciega e ineficiente ante los problemas y quejas del mundo popular; y, finalmente, una clase trabajadora que ya no estuvo dispuesta a quedarse de brazos cruzados esperando que el Estado oligárquico llegara a ofrecer alguna solución a sus problemas.
Fue a lo largo de estos años que se pusieron en marcha una serie de movimientos sociales que transformaron la cuestión social en un problema que afectó no sólo a los trabajadores sino a todo el país. Desde entonces, surgieron a la luz pública una serie de innumerables escritos, ensayos, artículos de prensa y tesis de grado que comenzaron a analizar sus causas y motivos, además de las posibles alternativas de solución. Esta amplia gama de debates políticos e ideológicos pueden resumirse en tres grandes corrientes.
La primera corriente se originó al interior del mundo conservador-católico, que a partir de la Encíclica adhirió a la línea social cristiana impulsada por la iglesia católica. A grandes rasgos, vio la cuestión social como resultante de una crisis moral que desvirtuó el rol dirigente y protector de la elite criolla. El énfasis estuvo puesto en la responsabilidad que le correspondió a los ricos en el cuidado y bienestar tanto material como espiritual de los más pobres, a través de la educación, la beneficencia, el socorro y la justicia. En síntesis, más acción social y menos caridad.
En segundo lugar, existió una corriente liberal y laica vinculada al Partido Radical y donde también se incluyeron intelectuales independientes de clase media. Para ambos sectores, la cuestión social fue el resultado de un conflicto de clases, un problema estructural de la sociedad nacional, afectada por la falta de desarrollo económico, la explotación laboral, la inflación y la carencia de ayuda estatal hacia los más pobres. Por consiguiente, los dardos apuntaron al Estado y a la necesidad de regular el sistema de libre mercado que rigió en el país, a través de una adecuada legislación social que promoviera y asegurara el progreso y adelanto material de todos los sectores.
Una tercera tendencia, fue la corriente socialista, impulsada por sectores pertenecientes a la clase trabajadora. Para este sector, los problemas sociales fueron consecuencia de la propia existencia del Estado liberal y del sistema capitalista; y declararon que su solución no pasó por la acción caritativa de la clase dirigente ni por las medidas de corte proteccionista que reclamaron algunos liberales, sino que radicó en la acción y el poder autónomo de los propios trabajadores.
Este proceso alcanzó mayor relieve a partir de mediados del siglo XX, ya que en 1960 la población urbana llegaba al 66,9 por ciento del total del país, en tanto que en 1970 alcanzó al 75,2 por ciento, y en 1979, al 80,8 por ciento. En los inicios de este movimiento migratorio, la población que se trasladaba de las áreas rurales a las urbanas constituyó una potencial fuerza de trabajo para la industria, la minería y los servicios que apoyaban estas actividades. Esta fue una buena decisión tomada por aquellas personas que realmente deseaban surgir en la vida, producto a que trasladarse a vivir a las ciudades les daba más posibilidades de trabajo y de ganar un salario, pero aquellas personas que se quedaban en el campo no tenían mas alternativas que seguir cultivando en lo hacían sus padres
Además, fue un mercado consumidor de productos manufacturados y comestibles que dinamizó el comercio interno. Sin embargo; provocó una variación sustancial en el cuadro social y generó uno de los problemas más serios a comienzos del siglo veinte: la cuestión social.
Este hecho histórico, de carácter socio-económico fue el más importante en el cambio de siglo, pues las clases trabajadoras se vieron sometidas a una presión aplastante y ni el sector dirigente ni el régimen político supieron hallar una solución adecuada para este conflicto.
Los síntomas del problema social surgido se manifestaron en varios planos simultáneamente, y muchas veces unos fueron consecuencias inmediatas de otros. De este modo, la realidad social de los primeros veinte años de este siglo se caracterizó porque en la sociedad hubo problemas de vivienda, alcoholismo, quiebre de la familia, prostitución, enfermedades sociales, epidemias infecto-contagiosas, delincuencia, criminalidad, inflación y algunos otros dramas que pesaron en el cuadro social.
En el caso de la vivienda, fue decisiva la inadecuada infraestructura de las ciudades, especialmente de Santiago, Valparaíso y Concepción, a las que llegó un mayor número de inmigrantes. La afluencia de la población provocó hacinamiento y proliferación de habitaciones que carecían de alcantarillado, agua potable y, en general, de condiciones mínimas de higiene y salubridad como para albergar a sus ocupantes. Las habitaciones más características de estos tiempos eran los conventillos, las cités, los ranchos y los cuartos redondos. Los conventillos eran casas grandes de varias habitaciones, cada una de las cuales era habitada por un grupo familiar. Las viviendas de las cités tenían dos o tres piezas, lugar para la cocina, baño interior en alguna ocasión y patio interno. En cambio, los ranchos eran viviendas precarias de una o dos piezas. A su vez, los cuartos redondos eran habitaciones populares de un solo espacio interior, sin ventanas y sin ventilación.
Estas condiciones materiales, junto con las sanitarias, a todas luces deficientes, provocaron con el tiempo graves enfermedades y epidemias infecto-contagiosas, como el tifus exantemático, la peste bubónica, el cólera, la viruela, la fiebre tifoidea, la gripe, la difteria, la tuberculosis pulmonar y otras que caracterizaron el estado de salud de la población. El estrago provocado por estas enfermedades repercutió en las tasas de mortalidad del país, tanto a nivel general como infantil.
Al problema de salubridad se sumó el del alcoholismo. Éste afectó, principalmente, a los habitantes de los barrios marginales de la ciudad y fue un factor decisivo para el relajamiento social y moral de la familia, el recrudecimiento de la delincuencia, de la criminalidad y de la prostitución. Esta última acarreó un sinnúmero de enfermedades sociales, como la sífilis, que era contraída en los numerosos prostíbulos de la ciudad. Los nuevos signos sociales demuestran los cambios experimentados por la sociedad nacional.
Pero no sólo estos problemas de carácter social debieron enfrentar la población que emigró del campo a la ciudad. Frente a la vivienda, que ya con ser deficiente era una carga pesada de soportar, los nuevos habitantes urbanos (y también los antiguos) debieron sufrir el pago de elevados arriendos. Costo que era difícil de solventar por los deficientes salarios y remuneraciones de los grupos proletarios.
En el caso de la ciudad de Santiago, las más indecentes pocilgas se alquilaban mensualmente por la equivalencia de una libra esterlina y quince chelines, lo mismo que cancelaba un obrero londinense por una casa de dos pisos, cuatro dormitorios, comedor, sala, hall de entrada, cocina, despensa y servicios higiénicos.
No cabe duda de que, antes de cancelar el alquiler de las habitaciones, las familias proletarias debían satisfacer sus necesidades alimentarias. En este aspecto, también considerado dentro de la cuestión social, repercutía fuertemente la inflación que afectaba a la economía del país.


El fenómeno de la inflación encarecía los productos alimenticios básicos e imposibilitaba a los pobladores marginales de la ciudad y, ciertamente, también a otros, para adquirir la totalidad de los productos que necesitaba su familia.
Tal situación incidía en las dietas alimentarias y provocaba desnutrición en la población urbana infantil, ya que no podía consumir los alimentos que le permitían un normal desarrollo. Lógicamente, el problema estaba en directa relación con el valor de los productos y el poder adquisitivo del jefe de la familia, cuyo salario era insuficiente para cubrir los gastos.
El alza del costo de la vida, para una familia obrera típica, no guardó ninguna relación con los reajustes de salarios, razón por la cual la calidad de vida de ese grupo social era, prácticamente, de subsistencia. De este modo, la cuestión social abarcó un amplio espectro de problemas. El obrero urbano y los pobladores marginales fueron los más afectados con este látigo social, pero también, debe reconocerse, que no estuvieron exentos de él los grupos medios emergentes.